viernes, 18 de marzo de 2011

Memorias.

Quizá si no le hubiera conocido, si no me hubiera topado con él en aquel pasillo, si hubiera rehuído de su mirada, de todo lo que él representaba en todos ellos. Quizá todo eso no hubiera pasado. Quizá él no hubiera acabado en el hospital, en un coma desde hacía ya más de seis meses. 

Todos esos "quizá" reconcomían su conciencia. Todas aquellas dudas siempre le daban la misma respuesta. Su culpa, su inercia, su impulsividad. Él hubiera seguido bien si no le hubiera hecho caso aquel día. No habrían discutido, no hubiera hecho aquella locura que le llegó a provocar aquel coma. Y todo por su culpa. 


Dos años atrás.

El aeropuerto de la ciudad estaba atestado de gente. Caras dormidas, bostezantes y agobiadas en las largas colas esperando que su billete sea verificado, al igual que el pasaporte. Por el contrario, hay otros rostros felices, como si fuera su casa, y puede serlo. En una de las numerosas colas, una joven, de apenas dieciocho años mantiene su capucha azul echada sobre su cabeza, cubriendo la mayor parte de su rostro, y limitándose a escuchar la música que sale de su reproductor. Solamente se limita a escuchar la música, moviendo los labios a la vez que deja escapar algunas notas. Aislándose por completo del mundo, de las miradas curiosas que muchos le brindan, y otras, de completa indiferencia hacia aquella extraña. 

Y por fin, es su turno, podrá dejar atrás a toda aquella aglomeración humana. Descansar en casa de sus tíos. Retira la capucha, dejando al descubierto su melena caoba que caiga sobre los hombros, e intentando no mirar a la cara a nadie, pero se ve obligada a mirar a aquella recepcionista, y esbozar una sonrisa tranquila. Se fija en su vestimenta, en su físico. Vestía el uniforme que a todos los trabajadores de aquella zona le obligaban a llevar. Azul marino junto con camisa blanca. Aquella mujer era rechoncha, de unos preciosos ojos verdes que destacaban con su piel completamente tostada por el sol, y unos cabellos morenos realmente cortos, pero bien cuidados. Finalmente, comprobó que todo estaba en orden, devolviéndole el billete y su pasaporte. La joven cogió ambas cosas, tirando de su maleta, que era realmente pequeña para un viaje tan largo y una estancia aún más larga que aquella.

Tras media hora de viaje en aquel taxi americano, dejó varios dólares al taxista y bajó del coche, junto con su equipaje. Dulce y amargo Detroit. La brisa la hacía estremecer, no sabía lo que podría depararle aquella ciudad. Pero quería huir de su pasado, de aquel oscuro pasado que la atormentaba, que la ahogaba. Se acercó hasta aquella inmensa casa, con su jardín delantero, y luego uno trasero. Sí, sus tíos tenían demasiado capital, eran demasiado refinados, pero al fin y al cabo, iban a ser su nueva familia. Se acercó a la puerta de entrada, introdució las llaves correspondientes, girando el picaporte a su vez, y abrió la puerta con suavidad, como si fuera un ladrón a punto de cometer un allanamiento. Y finalmente, pasó a la casa, tirando la maleta, quedándose ahí, en completo silencio. En aquel silencio que la tranquilizaba y la inquietaba a su vez. Esperando que apareciera alguna cara conocida, pero se limitó a quedarse allí plantada.